Qué dulce despedida.
Qué beso que faltó y no nos dimos, hasta el día siguiente: rodeados de naranjos y templo, de alminar, torre y fuente.
A estas horas, ya estaría en casa. Delante del ordenador, en el mismo sofá que ahora, replanteándome las mentiras para el sábado.
En pocos minutos (o ya, quizás) leería un mensaje tuyo, respondería, y luego otro. Habías llegado al hotel, pero esta vez no seguía un "Me ha encantado conocerte", sino un "¡Estás muy guapa!", y "mañana nos vemos".
A eso de las 3 am, una llamada amiga para cerciorarme de que todo estaría bien. Nervios, muchos nervios. Pánico, miedo, pero sobre todo ilusión y mucho amor.
Y "mañana", todo el día contigo, y toda la noche contigo.
Ojalá fuera así siempre.
Lo quería todo contigo, y quería nada sin ti, y la realidad es nada contigo, todo sin ti.
Mañana, a estas horas, un poco más tarde ya, ¿me harás el amor otra vez?
Aunque sea en sueños, como lo soñé esta noche. Aunque sea en sueños, como lo visioné durmiendo este miércoles.
Quiero repetirlo. Quiero repetirte toda la eternidad.
Ojalá, ojalá, ojalá... recuerdes esta fecha, y ojalá pienses en mí, de manera especial. No en la otra (y, ¿quién es la otra?, ¿lo soy yo quizás?). No en nadie más. En nada más. Sólo en mí
Por mucho que deba odiarte, se me antoja vorazmente tu cuerpo. Tanto o más que hace un año.
sábado, 19 de febrero de 2011
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