Tienes en los ojos el color y el brillo de la esmeralda, la risa del sonido del viento cuando silba entre las ramas de los árboles y el corazón duro, como el diamante.
En ocasiones me tratabas con el cuidado con el que se atiende a una niña: otras me considerabas tan madura que me daba miedo el pensar que realmente pudiera serlo.
En ocasiones me tratabas con el cuidado con el que se atiende a una niña: otras me considerabas tan madura que me daba miedo el pensar que realmente pudiera serlo.
Nos hacíamos confidencias, leíamos el uno al otro, te reías con mis ocurrencias,... yo te tomaba en secreto por ingenuo porque agradecías mis charlas y yo, callada, ya las ansiaba.
Y así te recuerdo, te pienso y te echo en falta. No sé si me estaré volviendo loca... no sé distinguir si te sueño dormida o si lo hago despierta.
Tienes en los ojos el brillo de la esmeralda y el corazón duro.
Tan duro que sólo otro diamante podrá rayarte.

